Desde el momento en que el embarazo se convierte en realidad, la ansiedad y la paranoia empiezan a efervecer.
Pero eso no es nada, porque esa ansiedad se sosiega mientras se encuentran resguardados dentro, pues tenemos la bendición de sentirlo nuestro y de nadie más. Toda la ansiedad y la angustia del mundo no se compara con el dolor al partirse esa cría de nuestras entrañas para convertirse en un ente completamente separado y aun así eternamente unido a nuestro ser.
Jamás volvemos a ser igual. Jamás contemplaremos nuestro cuerpo ni su cuerpo de la misma manera. Jamas podremos contemplar ese rostro sin distinguir los rasgos que nos unen y nos separan. Como madre uno quiere tenerlo en su lecho por siempre, resguardarlos de todo peligro, pero deben seguir su camino, mientras se parte nuestro corazón en dos y se llevan un pedazo.
Mi corazón sólo está completo cuando la tengo en mis brazos, durmiendo tranquila.